miércoles, 10 de septiembre de 2008

La lluvia amarilla



"Buchenwald", 1903 (Gustav Klimt)


Preparo una taza de café con leche. Nadie va a interrumpir este confortable silencio hasta dentro de un par de horas... Empiezo La lluvia amarilla, de Julio Llamazares (Biblioteca Breve. Seix Barral. Barcelona, 1988, 2007)

El tiempo se remansa, las imágenes de un paisaje que conocí en mi adolescencia empiezan a dibujarse, se entremezclan viejos recuerdos… Leo la historia de un pequeño pueblo perdido en el Pirineo que se va despoblando irremediablemente, cumpliendo un destino fatal, común a tantos otros pueblos que van quedando abandonados, que se oxidan con “la lluvia amarilla”… el paso del tiempo, el olvido… Subrayo una y otra cita, doblo las esquinas de algunas hojas para poder recuperar el rastro de los pasajes más significativos, más conmovedores y auténticos… Hallo mis huellas en la nieve… se dirigen hacia un mundo de ruinas que conozco, oigo mis latidos en medio del sobrecogedor silencio que emerge de estas páginas… Me he visto vagando por ese frío paisaje, entre la memoria y el olvido, empapada en lluvia amarilla, donde el dolor del tiempo y el silencio es tangible y los recuerdos tienen nombre propio…

[...]
A veces uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años ha destruido ya completamente lo que, a su voracidad un día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago… Aquella noche, además, el recuerdo estaba aún en carne viva. O mejor: ni siquiera era un recuerdo todavía, sino la sucesión interminable de una imagen que seguía habitando en mi mirada...
[…]
Pero al igual que las palabras cuando nacen crean silencio y confusión en torno suyo, los recuerdos también dejan bancos de niebla a su alrededor. Bancos de niebla espesos y cambiantes, que la melancolía de los años va extendiendo sobre aquéllos y que convierten la memoria en un paisaje extraño y fantasmal
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…Y,… ahora que… mi memoria se deshiela por completo, como la tierra bajo el sol después de un largo invierno, abro otra vez los ojos, miro a mi alrededor y encuentro solamente este dolor de humo bajo el pecho, en los pulmones…
[…]
El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo la tierra, grietas de la memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas, amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo está olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina del hielo del olvido…
[…]
Durante muchos años, habíamos tratado de vivir de espaldas al recuerdo y de olvidar incluso la esperanza. Pero es difícil acostumbrarse a vivir con un fantasma. Es muy difícil borrar de la memoria las huellas del pasado cuando la duda alimenta el deseo y acumula esperanzas sobre la negación. La muerte tiene, al menos, imágenes tangibles: la tumba, las palabras, las flores…
[...]

La voz del protagonista que habla en 1ª persona se mezcla con la de sus fantasmas, con el delirio del aislamiento y la soledad y con mi propia voz interior… Poco a poco me voy vaciando, diluyendo, descolgando, como las hojas amarillas de los chopos que se desprenden cuando sopla el viento de Francia…

Justo en el ecuador del libro hago una pausa. He de escribir todo esto. Siento que “la lluvia amarilla” acecha nuevamente… Necesito abrir esta ventana… El aire está enrarecido por el humo, un humo denso…
Antes que las zarzas invadan nuestra puerta, antes que las raíces revienten los muros, antes que la nieve acumulada sobre nuestra casa vacía amenace con desplomar su tejado, he de encender un gran fuego que invite a quedarse...









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