miércoles, 14 de enero de 2009

Unas notas

Cerré la contraportada de la última lectura recomendada a mis alumnos y decidí regalarme un respiro con uno de los "otros libros" que uno lee por puro placer y que, habitualmente, se apilan aparcados junto a mi escritorio esperando su oportunidad. Tomé la mini-novela (de apenas 62 páginas) titulada El contrabajo (Der Kontrabass, 1986) del mismo autor de El perfume, Patrick Süskind. Duró casi lo que dura una merienda (mi café con leche y alguna pequeña tentación de los restos de dulces navideños…).

Llamarla novela puede resultar poco riguroso, ya que presenta más bien el aspecto de un texto dramático con acotaciones (en letra cursiva y claramente diferenciadas del resto), al margen de las definiciones típicas de este subgénero narrativo. Esto es, se trata del diálogo (en tiempo real) del narrador-protagonista, un contrabajista titular de la Orquesta Nacional Alemana, con un interlocutor, el cual uno espera se materialice en algún momento de la historia. En realidad, es un monólogo o diálogo interior.

Creo que la principal limitación de esta novela es que Süskin parece concebir un lector modelo melómano, que se mueve habitualmente en los círculos musicales (amateur / profesionales), o al menos conocedor del repertorio clásico. La obra se disfruta con plenitud cuando se tienen conocimientos musicales previos, porque son muchas las referencias a títulos, compositores e intérpretes así como a cuestiones técnicas acerca de diversos instrumentos y de la interpretación, a las que se alude a lo largo de la novela. En varias ocasiones, son casi imprescindibles para imaginar la música que está sonando, o valorar la dificultad en la ejecución, así como para interpretar las acciones de ciertos personajes aludidos que se hallan implícitas. En esto, el título anuncia lacónica y literalmente la naturaleza del contenido.

Es muy divertido constatar las coincidencias en lo más anecdótico de la vida de los músicos de todas las orquestas profesionales:

"A veces tocamos pasando por alto al director sin que él se dé cuenta. Le dejamos dar pinceladas en el aire hasta que se cansa… Son placeres muy secretos que casi no se deben mencionar".

Exactamente esto es lo que ocurrió en el concierto de la London Philharmonic Orchestra al que asistí el pasado mes de mayo. Nuestras localidades, situadas en un balcón lateral on the stage del Royal Festival Hall, nos permitieron comprobar que, desde el momento en el que la directora griega invitada cerró los ojos y levantó la batuta, la orquesta decidió ignorarla y seguir las indicaciones del concertino, con un evidente cruce de miradas.

La simbiosis entre el instrumento -o la voz- y la personalidad del intérprete, e incluso su influencia en la elección de pareja son otro lugar común. No puedo evitar poner nombres propios en este pasaje. Por no mencionar la larga serie de chistes nacidos de esta misma idea que vienen a mi mente:

"...no se nace para contrabajo. El camino que lleva hasta ese instrumento está lleno de rodeos, casualidades y desengaños."

"el contrabajo armoniza a la perfección con la viola… y con el cello;… Sin embargo, humanamente no funciona."

"Una soprano necesita un acompañante, un pianista acompañante. O, mejor, un director de orquesta…"

Algo recurrente resulta también la "humanización" del instrumento de cuerda como ser femenino, motivo que hallamos en otras novelas sobre el mismo tema (en El violín negro de Maxence Fermine, por ejemplo) y en ciertos referentes visuales contemporáneos (¿quién no conoce el tópico de El violín de Ingres? ).



















"El violín de Ingres", Man Ray (1924)

Personalmente, la sarcástica visión del mundo de la música que algunos llaman "seria", tomada desde la perspectiva opuesta a la del público, lo que éste no ve, el mundo interior y cotidiano de cada músico, lo que ocurre antes y después de cada estreno..., es lo que más me ha gustado de la obra. Y quizá sea lo que la hace más abierta y apta para un lector profano en la materia. Porque, salvando la abismal distancia entre la realidad de la cultura y formación musical en Alemania que se refleja en el libro, y la de nuestro país, Süskind nos habla de arquetipos o modelos de comportamiento social, maneras de ver el mundo, formas de soledad o incomunicación, obsesiones y frustraciones en el oscuro mundo de los afectos, en las maneras de hallar la felicidad, que todos conocemos:

"...la orquesta es la imagen de la sociedad humana".

"Porque la música es algo humano, que está por encima de la política y de la historia contemporánea. Algo que pertenece a la humanidad en general, diría yo, un elemento constitutivo innato del alma y el espíritu humanos."

Por otra parte, otro aspecto que hace interesante esta novela corta es que, tras la lectura, no pocos curiosos acabarán deseando descubrir cómo suenan aquellas músicas que se citan (de Mozart, Bach, Schubert, Brahms o del vilipendiado Wagner), y podrán hacerlo sin problemas, porque de forma muy hábil, Süskind aporta sus datos de número de Opus y catalogación.

Ciertamente, no tenía ninguna idea preconcebida acerca de la obra, salvo la curiosidad de averiguar el tipo de historia que se puede contar en tan pocas páginas, y si el título hacía referencia al instrumento o al instrumentista (ya que vivo -y convivo- con uno de ellos, o con ambos, para ser exactos). Y lo cierto es que ha sido una lectura muy intensa y gratificante en la que, además, me he reído. De viva voz y en el papel. Anoté algunos "¡Ja, ja, ja!" en los márgenes:

"yo diría que el contrabajo es más un estorbo que un instrumento… Está siempre en medio."

"…un compositor decente no escribe para el contrabajo, tiene demasiado buen gusto para ello."

Doblé, como siempre, algunas esquinas:

"Una voz bella es en sí y de por sí espiritual, aunque la mujer sea una estúpida; esto es lo que encuentro espantoso de la música."

Anoté curiosidades musicológicas:

"Una partitura de Wagner rebosa de imposibilidades y errores. El sujeto no sabía tocar ningún instrumento, salvo el piano de manera muy mediocre. En esto el músico profesional se advierte en Mendelssohn, para no hablar de Schubert, mil veces mejor dotado. […] En cuanto a Hitler, no entendía nada de música, aparte de Wagner…"

Y subrayé pequeños hallazgos del ágil estilo de Süskind, que van, desde el uso que hace de la ironía, hasta la metáfora más poética y filosófica:

"Decía que la voz de soprano… alegóricamente, la alondra… divina allí arriba, en las alturas universales, cerca de la eternidad, cósmica, se diría que ilimitadamente sexual, sensual y erótica… […] el contrabajo, asentado en la tierra, arcaico… […] En esta tensión que abarca de aquí para allí y de arriba abajo, acontece todo cuanto tiene sentido en la música, se engendra el sentido y la vida musical, la vida, en definitiva."

Y para terminar, no me resisto a contaros uno de los chistes de contrabajos.

¿En qué se diferencian un contrabajo y un ataúd?...



En que, en el ataúd, el muerto está dentro.

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